Día 56 (56 Días Sin Él)

(Las historias que comienzan con despedidas, suponen una profunda tristeza, amargura y una escala de grises penetrante y asfixiante. Esta historia comienza así, con una despedida, sin colores y sin sabores que alimenten el placer espiritual.)

Día 56:

Cuatro paredes con dos tonalidades de azul son el marco perfecto para despedir a alguien, sobre todo si esa persona significa que por fin, has encontrado un pedacito de cielo en la Tierra. La ventana dejaba ver la posición de las estrellas, si un astrónomo hubiera estado ahí, aseguraría que pasaban de las 4 de la madrugada, yo no quise ver el reloj.

A lo cerca se escucha "Sola Sistim", y más cerca escucho su respiración; un aire tibio choca con mi hombro y sus brazos rodean mi cintura. No es, ni por momentos, reconfortante sentir lo que sentí en esos momentos. El surrealismo presente en mi recamara, el surrealismo haciendo lo propio en ese momento: los azules de mis paredes se desvanecieron como pintura barata en el primer temporal de lluvias, mi pulso explotaba en momentos que no puedo capturar y mis ojos alcanzaron rincones donde el polvo no llega.

Se despide, se va a un lugar lejano, donde no podré verlo, ni tocarlo, ni olerlo, ni verlo, ni tocarlo, ni olerlo. Un lugar que se convierte poco a poco en objeto de mi aversión. Se despide, dice que volverá con más ímpetu y corazón que cuando nos vimos por primera vez. Se despide y mi oído se vuelve tan agudo que es capaz de escuchar el llanto de mis dedos.

Promete que volverá, que vendrá y que todo obtendrá color y el surrealismo se difuminará en nubes gordas y sonrientes. Prometió que la alegría volverá a esta ciudad que muchas veces parece ofensiva sin él. Lo prometió ante constelaciones que los griegos consideraban sagradas. Ahora lo son para mí.

Y así, de repente se fue.

Y yo me quedé con aire en las manos, pero con la esperanza enterrada en mi piel.

(Cayó la primera lluvia).

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